Miedos
Estoy lleno de miedos, para que negarlo. Y tómenlo de forma
literal que no exagero. No llego a imaginar siquiera como se deben sentir las
personas que no los tienen, quiero creer que muy bien. Yo soy todo lo contrario
a ellos, tengo muchísimos, seguramente tantos como el más miedoso de todos. Miedos
grandes y chiquitos, graves y sin importancia, que asustan o te paralizan.
No voy a cometer el error de creer que mis miedos son tanto
o más terribles que los ajenos, para nada. Conozco gente que le tiene terror a
las cucarachas y a los algodones, cosas que me parecen insignificantes, pero
logran sacarse sangre sin que se les mueva un pelo, y eso para mí es toda una
proeza.
Pero si, tengo muchos y muy variados. Probablemente algunos
les parezcan insignificantes, que se yo. Cada uno trate a sus miedos como
quiera. Les dije que le tenía miedo a las ratas, y también a hablar en público.
A la oscuridad y a los perros grandes. A las agujas y a que algún día me falten
mis viejos. A las películas de terror y a decir lo que siento. A hacer el ridículo
(y guarda que no sea en un clásico). A quedarme sin amigos y a los hospitales. Guarda
con estos últimos, son unos de los que más me aterran. Seguro que hay tantos
otros, pero no quiero aburrirlos.
Los miedos toman lugar en nosotros porque queramos o no, se
lo concedemos. A nadie le gusta tener miedo, obviamente, pero el grado de
importancia se lo da cada uno. Por eso vos le tenés miedo a las mariposas o a
las dietas, a las raquetas de paddle o a los payasos; y tu mejor amigo no.
Hay que aprender a restarle lugar a los miedos. Dejar de
sentirlos como el fin del mundo. Tenemos que ponerles el pecho y enfrentarlos,
y tratar de que no nos paralicen. Probablemente nunca llegamos a sentir que no
le tenemos miedo a nada y que somos invencibles, pero estaría muy bueno poder
hacerle frente y demostrar(te) que te la bancas hablando delante de una clase o
tocando un algodón. Hace la prueba.
Diego M.
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