El día más lindo que viví en lo que va del año

Les quería contar del día más lindo que viví en lo que va del año. Para eso, los voy a poner en contexto. Sábado, 24 de Septiembre de 2016. Sol, mucho sol, con un poco de viento. Alrededor de las 18 hs, no sabría decirles con exactitud. La única noción del tiempo que tenía eran del tipo "-Faltan 20 Diego-"; "-11 arquero-"; "-Jugamos 3 más-". A pesar de todo eso, me acuerdo que los minutos eran de plomo, aunque no sea eso lo que les quiero contar.
Tengo una foto mental de ese día, una foto que resume todo. Me veo a mi, acostado boca abajo en el pasto. O en lo que quedaba del pasto del Meabe, la cancha de Juventud, el amor de mi vida entera. Acostado en el pasto del área del arco que da a la circunvalación 4ta, mi preferido de los dos. Acostado boca abajo y llorando, mojando la tierra con mis lágrimas. Acostado boca abajo y llorando cómo un nene. Acostado boca abajo y llorando cómo un nene de felicidad. Me asalta una duda: ¿lloraba SÓLO de felicidad? ¿O tenía una mezcla grande adentro, de felicidad sí, pero también de bronca? Bronca si, impotencia puede ser, angustia también. Y les quiero contar porque, en resumidas cuentas. 
Hace más de un año que no la estaba pasando del todo bien. Un problema que llevo a terminar una relación, arruinar un viaje, pasar por 3 pruebas claves; pero que también me fortaleció a mi, y a una amistad, amistad que confié todo esto, como otras tantas cosas mutuas. Amistad pongamosle, si, porque otra cosa no es. Al fin y al cabo, ese problema me golpeo pero me armo un poquito mas. No es todo malo me parece.
Me vuelvo a ver a mi llorando. Llorando de felicidad y de bronca. Llorando por haber un clásico claro, pero llorando de bronca por ese problema que me toco pasar. Porque hay veces que no me creía merecedor de estar viviendo lo que me tocaba. Porque hay veces que me despreciaba a mi mismo. Porque había perdido todo signo de confianza. Y porque ese día volvía al lugar más lindo que conozco, y no podía volver sólo. Y no volví sólo. Volví acompañado. Volví conmigo, con el de siempre, o el de casi siempre. Y volví con una remera toda negra, con tres estrellas amarillas, por si me agarraba la duda y el miedo por no poder volver. Tres estrellas amarillas por cada una de esas pruebas claves. ¿Cómo voy a temblar con un partido de fútbol, con todo lo que me venía pasando? Pero las estrellas no estaban solas. Elegí un número especial para volver. Especial en honor a la dueña de esa camiseta, que ella sabe que es suya, aunque no sabe el porque de ese número (por ahí lee esto y se entera) Vamos a contarle el porque del 21, dale. No, no la conocí un 21 ni mucho menos es una fecha importante para ambos. Para nada. Me salió a mi solito, y no le dije nada. 21, por un 2 de enero (o 2/1) cualquiera, que para mi no tiene nada de cualquiera. Ese día que nombré en otro texto cómo EL día, ¿se acuerdan de él?
Me voy por las ramas en detalles, disculpen. Estaba llorando en el pasto, si. Por ahí fueron segundos, pero fue eterno. Ahí, tendido en el suelo, les puedo asegurar que, casi del todo, cerré puertas. Las puertas a los miedos que me genero ese problema, a toda esa bronca, a ese dolor. Si tenía dudas de lo que a veces, muy pocas veces, puedo ser capaz, se fueron en esas lágrimas. Puedo volver a una cancha. Puedo bancarme un problema enorme y seguir acá, fuerte. Puedo cambiar esa personalidad hiper temerosa que traigo desde que tengo noción. Y puedo, también, aunque no con palabras, decirle a una piba con un detalle chiquito, que a veces, aunque nade horrores, me saca de eso y sigue siendo lo más lindo que tengo.

Ahí, el piso del lugar más lindo de Verónica, me encontré conmigo. 
Diego M.

Comentarios

Entradas populares de este blog

No podemos obligar a que nos quieran II

Dos puntos: acerca de extrañar

Fuiste vos